Las paredes garabateadas en el interior de la casa donde vivía Leonardo Montero, el niño de 10 años que fue cruelmente asesinado de siete puñaladas y parcialmente quemado a fin de borrar las evidencias del crimen, dan muestras del talento que este tenía y de su afición por la pintura y el arte.
Estrellas
y figuras peculiares impregnadas en su residencia de cemento y el techo de
zinc, daban una vista folclórica dentro de la pobreza y miseria en que su madre
Mónica Montero (Leonela) y él vivían.
A
pesar de que Leonardo no se hallaba inscrito en una escuela o colegio, y que se
había quedado estancado en el segundo de primaria porque su madre no podía
costear su educación, él siempre buscaba imaginarse o ingeniárselas en algo,
inclusive construir con pedazos de madera una caja de limpiabotas para poder
ayudar económicamente a su progenitora.
Los
vecinos del Ensanche Isabelita lo recuerdan como un niño totalmente inocente y
risueño, que siempre jugaba con otros infantes de su edad y que no le hacía
daño a nadie.
Una
adolescente de 16 años dijo a los periodistas del periódico LISTIN DIARIO, que
él siempre le contaba que quería ir a Nueva York ya que veía esos rascacielos y
edificios altos por televisión, específicamente en las películas y que no los
vislumbraba aquí en el país.
Lastimosamente
su sueño no se hará realidad ya que Miguel Ángel Reynoso Jiménez, asesino
confeso del niño, se encargó según su propio relato de que aquellos anhelos no
puedan hacerse realidad.
Según
el imputado, las drogas evitaron que él recordara como fueron los hechos que
cometió; sin embargo, las siete puñaladas que el cadáver del niño mostraba y
los testigos que vieron a Miguel Ángel caminar por el techo de zinc de la casa
al momento que de la vivienda brotaba la humareda, hacen que el hecho se
mantenga fresco en la memoria de los residentes.