La
persecución ha llegado a su fin. El Chapo, según fuentes de la Presidencia de
México, ha sido detenido. Joaquín Guzmán Loera, el mayor narcotraficante del
mundo, ha caído en Sinaloa, su tierra natal, a manos de comandos de la Marina.
En su apresamiento, cuyos detalles aún son confusos, han muerto cinco personas,
integrantes supuestamente de su último círculo de seguridad.
Con
su captura, oficializada por el presidente Enrique Peña Nieto con un mensaje en
Twitter, se pone fin a un gigantesca operación de caza y captura iniciada el de
11 julio pasado cuando el narcotraficante se escapó de la cárcel de máxima
seguridad de El Altiplano, gracias un túnel de 1.500 metros. Su fuga puso en
ridículo al Gobierno y le situó ante el mayor reto de su legislatura: volver a
encerrarle. Esa misión se ha cumplido hoy en la ciudad de Los Mochis, en
Sinaloa. En un domicilio de la localidad irrumpieron de madrugada los comandos
de la Marina. Cinco defensores de El Chapo murieron, otros seis fueron
detenidos y un soldado resultó herido. Las primeras versiones apuntan a la
llamada de un vecino como detonante de la captura.
El
cerco en torno al líder del cártel de Sinaloa se había estrechado en los
últimos meses. Ya a finales de julio logró escabullirse de los comandos en Los
Mochis y en noviembre en un rancho de la Sierra Madre. En ambas ocasiones, se
fugó en el último momento, sin apenas retaguardia e incluso resultando herido.
A cada escapada su leyenda se agigantaba. Pero su caída era vista por el
Gobierno mexicano como una mera cuestión de tiempo. Y de honor. En su búsqueda
el presidente de la República había empeñado su palabra y movilizado a miles de
soldados, policías y agentes de inteligencia.
Estados Unidos se había sumado a
la persecución. Los servicios secretos no tenían otro objetivo. El duelo era
histórico.
Desde
un principio la búsqueda se centró en Sinaloa, en el denominado Triángulo de
Oro. A esta agreste zona, donde El Chapo cuenta con apoyos casi feudales,
fueron desplazadas las unidades de élite de la Marina. Curtidas en la guerra
contra el crimen organizado (100.000 muertos desde 2006), son de las pocas que
cuentan con la confianza de Washington. Una valía que quedó demostrada en 2014
con la detención de El Chapo, también tras varios intentos fallidos.
La
elección de Sinaloa por parte de El Chapo no fue casual. Sabedor de que el
Gobierno iba a desatar una implacable operación de búsqueda y captura, el
narcotraficante decidió hallar refugio en su lugar de nacimiento. Un territorio
donde el cártel goza de un poder feudal, dominado por el miedo y donde la
delación se paga con la muerte. Nada más huir de la prisión del El Altiplano,
Guzmán Loera fue trasladado en avioneta hasta su tierra. Primero en las
montañas de Sinaloa y luego en las pequeñas ciudades bajo su control buscó
refugio. Movido por la imprevisibilidad, apoyado por un ejército de sicarios y
dueño y señor del suelo que pisaba, muchos consideraron que su captura jamás
sería posible. O que en el caso de cumplirse, sería entregado en un féretro.
Ninguno
de estos vaticinios se ha cumplido. En la madrugada de hoy, el mayor
narcotraficante del planeta, el hombre cuyas fugas han humillado ante el mundo
a la República de México y cuya historia ya forma parte de la leyenda criminal
de México, ha sido apresado. Ahora faltan los detalles. Pero su caída, sin
duda, representa una victoria política para Peña Nieto.